width: 100%;

Bajo Paraguá, una región que busca mantenerse con vida

En febrero de 2021, se concretó la creación de un área protegida de casi un millón de hectáreas, ubicada en la región del Bajo Paraguá (Santa Cruz, Bolivia). La consolidación de este hecho histórico es el resultado de trabajo articulado a nivel local, público e institucional.

22 de abril de 2021

Por: Carla Pinto Herrera / FCBC

“La gente que quiere meterse acá, nunca ha vivido acá; nosotros somos nacidos acá, criados acá, y aquí nos vamos a morir, y nosotros tenemos derechos”, dice decididamente una habitante de la comunidad Picaflor, momentos antes de que esta comunidad de origen guarasugwe, compuesta por 16 familias de una etnia en un estado alto de vulnerabilidad, diera su visto bueno para concretar un sueño: la creación del Área Protegida Municipal del Bajo Paraguá de San Ignacio de Velasco, ubicada en el oriente de Bolivia.

Picaflor; al igual que las otras tres comunidades indígenas —Piso Firme, Porvenir y Florida— que componen la nueva área protegida ignaciana del departamento de Santa Cruz; reconocía los riesgos que acechaban sus alrededores: asentamientos humanos ilegales, deforestación, incendios forestales, aprovechamiento no sustentable de los recursos naturales, entre otros; y en noviembre de 2020, para cuando el Gobierno Autónomo Departamental de Santa Cruz (GADSC), el Gobierno Autónomo Municipal de San Ignacio de Velasco (GAM-SIV) y la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC) realizaron la segunda socialización de la propuesta de creación del área protegida municipal a las 4 comunidades indígenas, estas aceptaron de manera unánime.

Este hecho histórico no se articuló de la noche a la mañana. La creación de esta área protegida de casi un millón de hectáreas (983.006 ha) responde a años de coordinación, planificación y consultas que la Dirección de Recursos Naturales del GADSC, el municipio de San Ignacio de Velasco y la FCBC, venían desarrollando conjuntamente.

Con altas expectativas y hasta un poco de nerviosismo, el equipo técnico resumió sus esfuerzos de más de cinco años en un viaje que tuvo lugar a finales de noviembre de 2020; sin embargo, es el 12 febrero de 2021, cuando el ejecutivo del municipio de San Ignacio de Velasco promulga al Área Protegida Municipal del Bajo Paraguá de San Ignacio de Velasco como ley, que recién se canta victoria.

Reunión en la comunidad Florida, comunidad indígena chiquitana del Bajo Paraguá

Asistentes de la reunión que se llevó a cabo el 25 de noviembre de 2020 en la comunidad Florida.

Parte de la zona que en 1988, mediante Decreto Supremo, fue bautizada como “Reserva Forestal Bajo Paraguá”, ahora, mediante el simbolismo de un papel firmado, que representa la voluntad y un deseo profundo de conservación de centenares de rostros y corazones, es categorizada como un Área Natural de Manejo Integrado Municipal. La ley N° 469/2021 no es una ley cualquiera, es la representación de un logro articulado que nació de un anhelo de proteger los recursos silvestres, el bosque, el agua y el futuro.

“Lo vemos como una garantía para todos los comunarios y prevenir los asentamientos”, comenta Cándido Dorbigny Sosa, secretario de tierra y territorio de la Central Indígena Bajo Paraguá; él, al igual que Rolvis Pérez Ribera, cacique de iniciativas productivas de la comunidad Porvenir, reconoce la presión que existe alrededor de Bajo Paraguá y son conscientes del papel que juega la conservación y el desarrollo sostenible en la zona. Ambos coinciden y reflejan la sensación general de muchos comunarios, la creación del área es una garantía.

La ley N° 469/2021 con la que se crea el área protegida en San Ignacio de Velasco,  combinada con la Ley N° 124/2021, promulgada en marzo de 2021, con la cual se crea el ‘Parque Natural Municipal Bajo Paraguá- Concepción’ (154.368 ha.), garantizará que la Reserva Forestal del Bajo Paraguá, que se encuentra en un muy buen estado estado de conservación, no corra la misma suerte que la Reserva Forestal El Choré, la primera reserva forestal de Bolivia, que —a pesar de su riqueza en recursos forestales y de ser declarada una reserva—, en sus primeros 34 años de vida, alcanzó una superficie deforestada de 600.000 hectáreas y que ahora, en sus casi 55 años de edad, haya sido cercenada debido a fuertes problemas sociales; aceptando que cierta parte de su extensión inicial sea destinada para otro tipo de usos, hecho que redujo el espacio de protección inicial y solo agravó la deforestación de la zona.

Un tesoro natural que deslumbra y articula la vida

A medida que uno se va adentrando más en el camino de tierra, por tramos color terracota y por otros, un tanto más blanquecino; tiene el primer impulso de tomar fotografías; pero, pronto uno se da cuenta que el Bajo Paraguá no es solo merecedor de una foto —o un centenar de ellas—, sino de un momento de silencio para dejarse envolver en su grandeza. El sonido imponente de las hojas agitándose entre ellas, el color verde refrescante de un bosque de transición entre el Bosque Seco Chiquitano y la Amazonía, hacen de la zona, un espectáculo vivo.

Los árboles crecen en altura durante el transcurso de la travesía, y por partes, las copas de los frondosos árboles de ambos extremos del camino se unen, haciendo que el viajero transite bajo los umbrales de un túnel natural. 

Mientras Bajo Paraguá deja deslumbradas a las personas que se adentran en sus entrañas, la vida que mantiene y protege en su interior, sigue su curso. Más de 1.200 especies de vertebrados tienen por casa a esta región; incluyendo al felino más grande de América: el jaguar (Panthera onca).

La alta densidad poblacional de este animal es un indicio del buen estado de conservación de la zona y demuestra el papel crucial que cumple como corredor de conectividad entre diferentes áreas naturales de vital importancia. El Parque Nacional Noel Kempff Mercado (un patrimonio natural de la humanidad), y el Área Protegida Municipal Copaibo son vecinas de la región; a su vez, estas dos áreas protegidas colindan con otros espacios de conservación; lo que quiere decir que el haber enmarcado al Bajo Paraguá bajo una figura de área protegida, representó hacer encajar una pieza faltante en un rompecabezas de protección.

Un bloque de conservación transfronterizo compuesto por 7 áreas protegidas.

El bloque de conservación va desde la Unidad de Conservación de Patrimonio Natural Ríos Blanco y Negro, ubicada al norte de Santa Cruz, hasta el Parque Estadual Serra de Ricardo Franco, ubicado en el Mato Grosso de Brasil; aunque las áreas protegidas tienen tuiciones independientes en cada país (Bolivia y Brasil), la biodiversidad no reconoce fronteras; así que toda la franja de conservación que en total unen a siete áreas protegidas, forman un corredor transfronterizo de más de 5 millones de hectáreas donde fluye la vida.

El reino animal que habita el área protegida es vasto, pero, Bajo Paraguá es generalmente reconocida por un ser vivo que no posee ojos: sus especies forestales; hasta el 2012, 79 especies de árboles, arbustos y palmeras con uso forestal y no forestal fueron identificadas. El árbol no tiene potencial solo en su madera, eso lo saben bien los comunarios; el aprovechamiento sostenible de productos forestales no maderables, como el asaí, representa un medio de vida también.  “El asaí ha significado que la gente vuelva al pueblo”, dice Rolvis Pérez de la comunidad Porvenir, quien recuerda que luego del aprovechamiento del palmito, se necesitaba crear una nueva fuente de ingreso económico para la gente, ya que había empezado a irse de la comunidad por necesidad. El asaí (Euterpe precatoria) es conocido por el aprovechamiento de su pulpa, sin embargo, no es lo único que se puede aprovechar de esta palmera; las hojas también son aprovechables; y los comunarios ya tienen proyectos para usarlas como materia prima para platos biodegradables.

Sin lugar a duda, Bajo Paraguá es un tesoro natural invaluable; pero también, en sus adentros, conserva de manera dedicada un bien intangible que no es replicable: la cultura de sus cuatro comunidades. Piso Firme, Florida y Porvenir mantienen una cultura chiquitana viva; mientras que Picaflor, resguarda su identidad guarasugwe. Las más de 130 familias que se distribuyen a lo largo y ancho de la nueva área protegida, tienen una relación estrecha con su territorio y recursos naturales; así que, proteger su entorno, es, en definitiva, asegurar su subsistencia también.

Mujeres de la comunidad Piso Firme lavando ropa a orillas del río Paraguá.

Vista aérea de la comunidad indígena chiquitana Piso Firme, comunidad ubicada  a 485 km de la ciudad de Santa Cruz.

“Para mí, es muy importante realizar esta área protegida, llegar hasta la consolidación, como también a la gestión que se viene adelante; para que nuestra población de aquí en adelante pueda tener alimentación, pueda tener agua y pueda tener una mejor vida”; afirma Hermán Vaca Poñé, jefe de la Unidad de Conservación y Áreas Protegidas municipales de San Ignacio de Velasco, a orillas del río Paraguá, una tarde del 24 de noviembre, horas antes de hacer una exposición para que la comunidad Porvenir aceptara la creación del área protegida en este municipio.

Las realidades que tocarán enfrentar

Para el 2020, de acuerdo a datos del Observatorio del Bosque Seco Chiquitano (OBSCh) de la FCBC, San Ignacio de Velasco fue el municipio con la cicatriz más grande de incendios; mientras que el área protegida más afectada en relación a su tamaño, fue el Área Protegida Municipal Copaibo (Concepción), cuya cicatriz por los incendios se extiende en el 56, 5% de su superficie; y el área protegida con mayor extensión de hectáreas quemadas, fue el Parque Nacional Noel Kempff Mercado (San Ignacio de Velasco), con 211 mil hectáreas afectadas por el fuego.

La realidad de los eventos de fuego a la cual está expuesta la región del Bajo Paraguá, es dura, sumado a eso, la pérdida de cobertura natural que está ocurriendo en las propias áreas protegidas del departamento cruceño no es un escenario alentador. En un estudio del OBSCh publicado el 2020, de seguir con las tendencias registradas entre 1984-2019, los 11,7 millones de hectáreas de bosque en las áreas protegidas cruceñas, quedarían reducidos a 6,3 millones de hectáreas para el 2050.

Así también, los asentamientos humanos ilegales, no son un hecho infundado o lejano a la realidad. En abril de 2021, una comisión conformada por autoridades y técnicos que realizaban las respectivas señalizaciones del área protegida creada en San Ignacio de Velasco, se cruzó con un grupo de aproximadamente 100 colonos presuntamente ilegales, quienes decían que existen 7 comunidades (no originarias) más que están asentadas dentro del área; aunque estos datos necesitan una validación oficial, las amenazas y presiones a la región son reales y necesitan acciones concretas y oportunas, donde converge una buena gestión pública, apoyo técnico institucional y la apropiación y defensa de los territorios de parte de la sociedad civil organizada.

Bajo Paraguá dio el gran paso de convertirse en área protegida, ahora toca luchar para mantenerla con vida.

 

Foto de portada y foto de vista aérea de la comunidad Piso Firme: Daniel Coimbra / Fotos del cuerpo de la nota (menos la aérea): Carla Pinto Herrera